A diez años del primer grito colectivo de Ni Una Menos, la violencia de género sigue siendo una realidad que atraviesa hogares, vidas y generaciones. Pero también persisten los espacios que, con amor, compromiso y coraje, transforman el dolor en una nueva oportunidad. Uno de esos espacios late fuerte en el interior de Corrientes, en la ciudad de Goya, donde desde 2011 funciona la Casa de Acogida, el primer refugio de la provincia para mujeres víctimas de violencia.
En lo más profundo del interior provincial, resiste un refugio: una casa que brilla con la luz de la esperanza en medio de la oscuridad. Allí, mujeres que han sido víctimas de la violencia encuentran un abrazo, un techo, una nueva oportunidad. No están solas.
A su lado, miles de niños caminan también las huellas de su dolor, marcados por un ciclo de violencia que no tiene fin. Porque el maltrato no termina en la mujer: se derrama, envuelve, hiere a sus hijos, a sus madres, a familias enteras que luchan por sostenerse entre los escombros del abandono. Son madres golpeadas, abuelas que crían con el alma rota, pequeños donde su infancia quedó en suspenso y se ha fracturado. Pero en ese refugio, renace algo más fuerte: la dignidad, la contención, la posibilidad de empezar de nuevo.
La organización Infancia Robada irrumpe con fuerza donde el Estado calla. Golpea la desidia, sacude el abandono, abraza la desesperación de una mujer que no sabe a quién acudir cuando la violencia la rodea. Allí donde todo parece perdido, se convierte en sostén, en abrigo, en abrazo cálido que contiene. y se para de pie. Pero también es voz firme, clara y valiente. Una voz que no tiembla cuando un juzgado silencia una denuncia, cuando la Policía elige mira de costado, cuando los prejuicios sociales —esas miradas que juzgan desde arriba— se vuelven otra forma de violencia.
El alma grita, el cuerpo duele. Las necesidades son urgentes. La realidad no es ficticia. No están matando, nos matan cotidianamente, cuando las políticas de género no son respetadas. Cuando volvemos a ver que ya van 75 femicidios registrados en la provincia de Corrientes y 2827 víctimas en diez años, desde que gritamos el primero “Ni Una Menos” en el 2015.
Esta realidad duele aún más en los barrios vulnerables, donde las respuestas nunca llegan y el silencio se vuelve costumbre. Basta con imaginarla para que la desesperación te recorra el cuerpo como un frío que no se va. Allí, donde los niños acompañan el llanterío, donde las mujeres gritan en un desierto sin eco, y donde el Estado brilla por su ausencia. Y la pobreza golpea como un sopapo diario, tan fuerte que hasta el hilo de la cama se va desgastando, deshilachando, hasta romperse. Y no queda otra que soportar, aguantar, aunque el alma pese y la esperanza se vuelva delgada como una fina hebra.
Infancia Robada enciende la luz donde todo duele, se levanta cuando el cuerpo sangra, cuando el alma se apaga y cuando el hambre de los chicos, también víctimas del círculo de violencia, grita con fuerza en medio del olvido. Es coraje hecho acción. Es humanidad donde más se necesita.
En 2011, se encendió un faro en el corazón del interior provincial. Fue la luz de una esperanza concreta, nacida del compromiso incansable de la hermana Martha Pelloni, una mujer que se ha convertido en emblema nacional en la defensa de los derechos de la infancia y de las mujeres. Ese año, gracias a su impulso, abrió sus puertas la primera “Casa de Acogida” de la provincia. No fue sólo una casa: fue un acto de amor, una respuesta urgente y profundamente humana frente a una violencia que golpea en silencio miles de hogares cada día. Desde entonces, ese refugio no solo ofrece techo y abrigo, sino contención, dignidad y una mano firme que sostiene cuando todo lo demás falla.
Con su voz serena pero firme, Pelloni impulsó la creación de este refugio, convencida de que toda persona tiene derecho a una vida libre de violencia. Y ahí, tras ese portón celeste que se cierra con cuidado, empieza el trabajo más arduo del equipo interdisciplinario del foro “Infancia Robada”. Un equipo compuesto de trabajadores sociales, abogados y psicólogos para contener a las víctimas.
La Casa de Acogida se encuentra en la calle Bartolomé Mitre, en la ciudad correntina de Goya. Desde su creación, en coordinación con el gobierno local, este refugio se ha convertido en un espacio de contención, donde conviven historias de dolor, gritos ahogados y desesperación, pero también de esperanza, acompañamiento y nuevos comienzos.
En diálogo con el diario El Litoral, el equipo interdisciplinario y las víctimas de violencia de género accedieron a una nota, donde nos contaron cómo trabaja el quipo interdisciplinario y el terror que viven las víctimas.
Norma duerme bajo ese techo desde hace algunas semanas. Su rostro aún carga el peso de una historia marcada por 12 años de golpes, gritos y silencios.
“Pensé que era lo normal, que así era el amor… hasta que me di cuenta de que estaba desapareciendo”, dice con voz baja. Pedir ayuda fue su primer acto de libertad. Desde entonces, acompañada por psicólogos, trabajadoras sociales y voluntarias, Norma transita el camino de reconstruirse desde adentro.
Mónica también vivió bajo el mismo miedo. Soportó años de violencia hasta que una vecina —esa heroína anónima— la acercó a la organización. “Todavía me cuesta nombrarlo, porque me da vergüenza… pero estoy viva, y eso ya es mucho”, confiesa con lágrimas contenidas.
Cada mujer que cruza la puerta de la Casa de Acogida lo hace cargando una mochila invisible, repleta de miedo, angustia y culpa. Por eso, el equipo interdisciplinario trabaja con un protocolo integral que prioriza la seguridad física, emocional y psicológica.
La primera regla es firme: cortar todo vínculo con el agresor. A partir de ahí, comienza lo más difícil: sanar, recuperar la autoestima, garantizar derechos y, sobre todo, demostrarles que merecen una vida libre y digna.
“La tarea no es fácil. Acompañamos, contenemos, pero sobre todo, escuchamos”, dice Graciela Flores, trabajadora social. A su lado, Marta Almada, coordinadora de la red en Goya, lo resume con claridad: “Lo hacemos porque no podemos mirar para otro lado. Cada mujer protegida es un eslabón menos en la cadena de violencia que intentamos romper”.
Desde 2011, miles de mujeres y sus hijos han pasado por esta casa-refugio. Algunas regresaron a sus hogares con nuevas herramientas, otras comenzaron una vida desde cero en otras ciudades. Pero todas compartieron el mismo punto de partida: la decisión valiente de decir basta.
Historias como las de Norma y Mónica se repiten en Goya, Paso de los Libres, Ituzaingó y tantas otras localidades. No son casos aislados: son el resultado de un sistema que castiga a las mujeres, de un patriarcado que aún oprime, y de una deuda estatal: la falta de políticas públicas sostenidas, reales y libres de intereses políticos que acompañen, contengan y prevengan.
La Casa de Acogida y la red que la sostiene son el rostro visible del compromiso. Son prueba de que la empatía puede transformarse en acción, y de que otra realidad es posible cuando hay voluntad y organización.
En esta casa, la violencia no tiene la última palabra. Aquí, cada historia de dolor se convierte, paso a paso, en un testimonio de resiliencia. Aquí, cada mujer encuentra su derecho —y su lugar— para volver a empezar.
Conoce más de la organización, su equipo interdisciplinario y las distintas sedes acá: https://infanciarobada.org/
Si sufrís violencia de género podes dirigirte al foro Infancia Robada en su sede central: calle Bartolomé Mitre 1556.
La Línea 144 brinda atención telefónica especializada a mujeres víctimas de violencia de género durante las 24 horas, los 365 días del año. Es anónima, gratuita y nacional.